martes, 18 de febrero de 2014

Juventud


Crecí sano y fuerte. Recibí con mi hermano clases de música del maestro Lino, pero era un estudiante rebelde e indisciplinado. Lino me regañaba constantemente, y un día me enfurecí de tal manera que lo golpee con una lira, matándolo al instante.  Debí comparecer ante un tribunal, acusado de asesinato, pero se salí del apuro citando una sentencia de Radamtis, según la cual existía el derecho de matar al adversario en caso de legítima defensa (aunque realmente Lino no me había tocado). Fuí pues, absuelto. Pero Anfitrión, inquieto, y temiendo que su fuese presa de nuevos accesos de cólera se apresuró a enviarme al campo, y me puso al frente de sus rebaños. Allí, según una tradición, un boyero escita llamado Téutaro continuó mi educación, adiestrándome en el arte de manejar el arco.
 Seguí realizando proezas tales como matar al León de Citerón, que estaba acosando y cazando los rebaños locales, y me vestí con sus pieles. Cuando regresaba de mi cacería me encontré con los emisarios del rey minio Erginio de Orcómeno, que había derrotado años atrás a los tebanos y les había impuesto un pesado tributo que debían pagar cada año. Yo les ataqué, les corté la nariz y las orejas y las até a sus cuellos, enviándolos de regreso con el mensaje de que ése era todo el tributo que iba a recibir. El rey tebano Creonte me recompensó otorgándome la mano de su hija, la princesa Megara, con la que tuve varios hijos. Pirra, mi hermana menor, se casó con Ificles, el hermano gemelo del héroe.

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